
La noche se vuelve oscura
para suspirar su llanto.
Las gargantas enmudecen
ante el sollozo quebrado,
las estrellas palidecen
al brillo de sus párpados
y hasta la cera impoluta
se va fundiendo en quebranto.
Acompasa su tristeza
solo el cante agitanado
y una melodía funesta
que se acopla tras su manto
hace resonar su pena
en el aire entrelazado.
La aflicción llega a su cénit
la noche del Jueves Santo,
entre angustia y la pasión
-es dolor encadenado-
y hay luto por las esquinas
al luctuoso tránsito
de la Virgen que más llora,
más bella, por más llanto.
Parece que no hay cabida
en ese rostro -cuajado
de lágrimas tan amargas
que hacen al mar amargo-
para un atisbo de gozo...
y con Ella, sin embargo,
el candor se manifiesta
como una tarde de mayo,
en su mirada perdida
donde se halla lo buscado,
ojos para los que lloran ,
suspiros para los labios,
caricias que no se palpan
y un brevísimo entusiasmo
por ver el Valle frondoso
en ese verde sagrario.
Pues siendo tanta su pena
y aun siendo culmen del llanto
¡llora con tanta hermosura
y qué hermosa está llorando!