Sevilla se queda con la Esperanza (foto: flickr.com)

En medio de las penumbras
llega la aurora temprana
y entre místicos destellos
refulge en la lontananza.

Se presiente antes de verse,
se huele, se oye y se canta
que es el pilar de la fe
saber creer sin ver nada.

Anuncia una buena nueva
solo el tronar de las palmas
y ese armónico estruendo
que en el aire lo acompaña
anticipa aquel momento
que espera la madrugada,
mientras suspiro a suspiro
la sensación se contagia
a los rincones pacientes
que surge en la Resolana.

¿Es ilusión o certeza?
¿Es milagro o es humana
esa esmeralda celeste
que espera siempre con ansia
el pueblo que la venera,
el pueblo que la agasaja
con las flores más hermosas
que brotan en las gargantas?

¿Es, en medio de los tropiezos,
promesa de bienandanza,
que regala al contemplar
la hermosura de su cara?

Y ya viene, y ya se acerca.
Deja la pena aparcada
Sevilla, que ahora mismo
tienes la suerte de cara.
Deja callado el silencio
que deja llena de gracia
a la esquina que se asoma
para verla perfilada
entre argenteos juncales,
custodios de su prestancia.

Y es el momento álgido
de la noche más sagrada.
El perfil de la hermosura
surca la madrugada.
Y vale la pena el momento
aunque segundos durara.

Entonces se explica el dicho
-la cara espejo del alma-
y suplica con los ojos
que la Virgen no se vaya
y quede solo el recuerdo
de esa alegría pasada.

Y mientras su despedida
cristaliza las miradas
ahora el único destello
son las doradas puntadas.
Y vuelve el silencio a tronar
y regresa la añoranza...

mas cuando al final parece
que su palio se nos marcha,
y parezca que de pronto
nos está dando la espalda,
lo último que se pierde
en Sevilla es la Esperanza.