
Qué más da con llamarla sólo hermosa,
con el nombre más dulce y más certero
que al mitigar el mal es el primero
y de gracia al pronunciarse rebosa.
Su rostro al evocarse se desglosa
en piropo de amor y de venero.
La miro si la nombro cuando quiero,
La llamo con su cara primorosa.
Piropo que al decirlo me produce
cadencia, suave aroma y gallardía
-los mismos que su rostro siempre luce-.
Y evocando esa esencia la armonía
si se dice su nombre reproduce
la dulzura del rostro de María.
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